jueves, 11 de febrero de 2016

La panacea educativa


Escribe: Sigifredo Burneo Sánchez (*)

Los políticos peruanos contemporáneos mantienen el discurso cotidiano sobre el valor de la educación como factor fundamental del desarrollo; y no les falta razón. El asunto que debe esclarecerse es el relacionado con qué tipo de educación queremos avanzar.

En la Edad Antigua no existía la educación formal, con un sistema orgánico que comprendiera docentes, alumnos, principios pedagógicos, estrategias educativas ni formas de evaluación.

La Edad Media creó las escuelas conventuales y comenzó diseñar modelos educativos apropiados para su modelo social. La Edad Renacentista se caracterizó por el fomento de una educación neoclásica, basada en conocimientos y en artes. La Edad Moderna aportó un pensamiento innovador al pretender que la educación debía ser formativa en la dirección del ejercicio de oficios específicos. 

La Edad Postmoderna nos ofrece una nueva perspectiva: educar es formar profesionales y ciudadanos.

Definir profesionales y ciudadanos es una obligación: profesionales como personas con habilidades de inteligencia apropiadas para el ejercicio de actividades donde la calidad y la perfección sean sus características; y ciudadanos como personas que han adquirido conocimientos y capacidad crítica para enjuiciar objetivamente su entorno. Desde tal perspectiva, los conceptos de profesional y ciudadano se funden en un ideal formativo que proyecta sus benéficos resultados sobre el mejoramiento de la vida social.

El punto crucial se encuentra en que la sociedad peruana ocupa un puesto muy lamentable en comprensión lectora, según la prueba PISA de los últimos años, lo que ha obligado a los aspirantes a la presidencia de la república a tomar lecciones de canto y baile para encandilar a un público que saben carece de formación política apropiada.

De no cambiar esta realidad, en algunos años veremos a la clase política peruana caminando sobre una cuerda elevada o contando chistes en las plazas públicas.

A estos candidatos a presidente o a congresista, salvo honrosas excepciones, no les conviene garantizar una verdadera educación que abra la inteligencia hacia creaciones críticas, porque cosecharían su propia destrucción; ya que sus discursos serían fácilmente decodificados por los ciudadanos como estratagemas electorales, planteados solo para ganar votos, y no para otra cosa.


La panacea educativa es un señuelo, no una promesa real.

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(*) Profesor principal de la UNP.

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